Hace una semana que se fue Liliana. No es la primera vez y quizás no sea la última, pero ahora he sentido la partida de manera especial. No sé porque. El domingo en la noche me sentí ausente, como privado de mis sentidos. Me fui a un calendario a detectar los feriados con bastante anticipación, planeando cómo encontrarnos, dónde hacerlo, qué hacer entonces. Me pasé el domingo planeando mi vida en Semana Santa, el Día del Trabajo, Fiestas Patrias, y todos los feriados que les seguían. Realmente me sentí ansioso. Deseaba verla, escucharla y empecé a decirme a mí mismo “hace exactamente 12 horas estábamos en su casa, corrigiendo su tesis…”, como si recordar fuese realmente volver a vivir. Esa noche fue difícil, no pude dormir bien.
Mi delgada. |
Al día siguiente me sentí mejor. Y durante la semana la vorágine del trabajo, de tener que terminar los informes, de conseguir los entrevistados, de escribir un central, desgrabar las entrevistas y todo lo que le rodea me hicieron sentirme alejado de la angustia. Pensé que el trabajo me sanaría, como cuando a uno le dicen que se martillee un dedo para dejar de pensar en el dolor de cabeza, pero no bastó. Lo realmente relajante vino de Internet. Un correo de Liliana me contaba las peripecias por las que tuvo que pasar mi delgada para llegar al pueblo de Yauya, distrito del mismo nombre, provincia de Carlos Fermín Fitzcarrald, departamento de Ancash (al lado de Huánuco).
Una semana después vuelvo a sentir lo mismo. Pero ya sé que ella llegó bien, que de vez en cuando puede enviarme un SMS (la señal en ocasiones se capta en un lugar del pueblo) y que de verdad la extraño, como nunca.
Espero que llegue Semana Santa. Iré a Huaraz a alcanzarla. La esperaré en transportes “El Solitario”, nos veremos, planearemos qué hacer y pasearemos. Y seguramente recién en el momento en que la vea bajar con su maleta y la abrace me abandonará esta sensación tan extraña de soledad.
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