sábado, 28 de agosto de 2010

Historia de hostales

Fue una noche Año Nuevo cuando se produjo mi primera historia de hostales y me di cuenta del poder de estos establecimientos. Mis padres y yo regresábamos en el auto a casa luego de haber recibido las celebraciones con los abuelos. En el camino notamos que una de las llantas se comenzaba a bajar así que buscamos inmediatamente un grifo con un 'llantero' que nos pudiera solucionar el problema. Afortunadamente, encontramos uno que decidió recibir el año trabajando en la madrugada del 1 de enero.

Nos estacionamos y comenzó su trabajo. Mi madre y yo nos quedamos dentro del auto mientras mi padre salió para observar al llantero hundir la cámara del neumático, recién inflada, en un cilindro con agua para determinar el número de agujeros, y el precio del servicio.

La 'llantería' quedaba frente a un hostal así que al estacionarnos ahí quedamos perfectamente situados para observar el ingreso de los clientes. Conversaba con mi madre -no recuerdo sobre qué- pero en realidad mi mente contaba el número de parejas que entraban y salían del establecimiento. Ya la cifra de parejas que usaron estas instalaciones aquella noche ha escapado de mi memoria, pero sí me queda el recuerdo de que fueron muchas, y que la 'rotación' de clientes en estos lugares era muy alta. Al menos lo fue en esa noche.

Ya en la universidad se produjo mi segunda historia de hostal. Me encontraba con una amiga caminando por el centro de Lima, conversando sobre diversos asuntos, cuando nos dimos cuenta de la gran cantidad de hostales que había por esa zona y nos sorprendimos de lo poco que cobraban por sus servicios. Recuerdo que la mayoría de los hostales que vimos iniciaban sus tarifarios desde los 10 soles y nos pusimos entonces a conversar sobre el asunto. 10 soles era barato, pero yo le decía a mi amiga que yo había visto incluso precios más económicos: 8 soles. «No puede ser», me dijo ella. Pero yo insistía en que sí, que había locales que llegaban a esos precios. Ella simplemente no me creyó, así que cambiamos nuestra conversación hacia otro tema.

Seguimos caminando por el Centro cuando de pronto vi colgado en la puerta de un hostal un pequeño letrero que decía algo así como: "Habitación 8 soles". Ahí estaba frente a mí la prueba de que sí había locales más baratos que los 10 soles que habíamos visto antes. Pero lamentablemente no se me ocurrió mejor idea para señalar la certeza de mi afirmación anterior a mi amiga que decirle, supongo que en voz muy alta: «¡Ves, te dije que había hostal de 8 soles!».

Por un momento olvidé que estábamos en la calle, rodeados de muchas personas que podrían malinterpretar mis palabras. Mi amiga casi estiró los ojos por la sorpresa -y el roche, supongo- y me dijo «¡cállate!», «Pero mira pues, 8 soles, como te dije», «¡CÁLLATE!». Y recién ahí caí en la cuenta que la gente nos miraba y que seguramente nos estaba empezando a catalogar como a un par de misios.

La tercera historia de hostales se produjo en Magdalena. Había convenido con un par de amigas almorzar en una trattoria nueva para ellas, así que a la hora del almuerzo nos dirigimos hacia allá. Detuvimos un taxi y le indiqué al taxista el lugar al que íbamos. En el camino, ellas en los asientos de atrás y yo en el del copiloto, conversamos sobre el trabajo y sobre lo que nos pasaba en esos momentos. Ya cuando estábamos cerca le dije al conductor que volteara en U al final de la verma central y nos dejara ahí. «¡¿Ahí señor?!», «Sí», le respondí buscando el dinero y sin darme cuenta el motivo de su emoción. No había notado que el "ahí" del taxista era el hostal que quedaba al costado de la trattoria en la que pensábamos comer y que su emoción se debía a que seguramente imaginaba que yo era algo así como el afortunado que se sacó la lotería del sexo.

No era para menos. Mis dos amigas, altas y guapas, no lo sacaron de su error, y por el contrario una de ellas remató el momento con mucha picardía: «¿De nuevo en el mismo hostal? Supongo que ahora si haz traído la cámara para tomar fotos». Yo me reí y lo mismo hizo la otra amiga. El taxista, en cambio, creo que quería darme la mano para felicitarme.

Los que saben de trattorias seguro saben a qué lugar me refiero; supongo que los entendidos en hostales también.

sábado, 14 de agosto de 2010

No es tristeza, es reflexión

No nos quisieron dar pena sino alegría. Los niños de la Teletón de este año aparecieron ahora en un spot comercial en el que usando los musculosos brazos del Capitán América ocultaban un par de muletas, o superponiendo un disfraz de escarabajo o submarino tapaban su silla de ruedas. Cambiaron así la expresión que naturalmente nos brotaría en el rostro por una sonrisa o quizás por una expresión de sorpresa. Luego una lluvia de aparente confeti nos revelería que el objetivo del esfuerzo era recordarnos que hoy era la Teletón.

Es un buen comercial, pero ello no nos debe hacer olvidar que detrás de él se encuentra una institución que todo los días tiene que lidiar con la tristeza. A la clínica San Juan de Dios acuden padres de familia que no cuentan con el dinero necesario para llevar a sus hijos a una clínica privada, y que solo se pueden dar el 'lujo' de gastar unos cuantos soles en la cura de sus niños.

¿Cuántos soles? Seis nuevos soles (2.11 dólares) por sesión. El precio de una entrada a un cine popular, de un sandwich en un local de precios medios, de seis pasajes en una combi; en general, una 'nada' en comparación con las cifras que mucha gente suele gastar en frivolidades.

Ya en plena Teletón Laura Borlini entrevistó a la madre de uno de los niños que aparecen en las imágenes del comercial, un chico que nació con daño cerebral, y al que tendría que llevar cuatro veces a la semana a la clínica para estimular su cura. En total tendría que gastar 24 soles a la semana en sesiones o un poco menos de 100 soles al mes para seguir con su tratamiento, y sin embargo, aquella pobre mujer dijo que durante seis meses interrumpió el tratamiento porque no tenía el dinero.

¿Te sientes triste ahora? No es cuestión de sentirse triste sino de reflexionar sobre la calidad de vida que deseamos como sociedad. La solidaridad no debe perderse como una de nuestras virtudes, el despegue económico no solo debe servirnos para estar mejor sino también para ayudar a los otros.

Confieso que no he hecho lo suficiente yo mismo, pero me alegra que estos momentos me hagan reflexionar en cuanto a mi participación en actividades solidarias. No debe ser solo la emoción del momento, sino parte de nuestra forma de vida. Y creo que todos los que lean estas líneas sabrán como ayudar a quien lo necesita desde sus respectivas actividades. No solo es cuestión de dinero, también lo es de nuestro tiempo, nuestras habilidades y de las personas a quienes podemos acudir.

Mañana ya no será la Teletón, pero estoy seguro que hay mucha gente en muchos lugares a los que podemos seguir ayudando todos los días del año, todos los años.

jueves, 5 de agosto de 2010

¿Y en mi distrito?

No sé por quién votar en mi distrito. Todo es confuso, y la confusión la inició Unidad Nacional al permitir que sus candidatos a la candidatura distrital colocasen, todos y cada uno de ellos, su propia publicidad. No sé al final quién es el candidato, tendré que averiguar en el Jurado Nacional de Elecciones porque me parece que no todos han sacado todos sus carteles.

El alcalde actual quiere 'repetir el plato' pero creo que no tiene, desde la perspectiva de mi barrio, nada que mostrarnos. Ciertamente el barrio no ha empeorado pero tampoco ha mejorado en nada, simplemente no se siente que haya habido mejora alguna. Creo que como en otros lugares la inseguridad sigue siendo el problema, y la limpieza no es de las mejores que digamos.

En la zona más comercial de mi distrito el alcalde se preocupó de poner una bonita y nueva capa de asfalto en la avenida más importante, pero nada más. No se le ocurrió -hubiera sido un buen momento- mejorar la avenida remozándola con nuevas veredas o simplemente colocándole más tachos de basura, dado el gran tránsito de peatones que tiene. Tampoco se ha preocupado de ordenar el comercio (no se nota, al menos) ni de controlar las mascotas del distrito que pululan por todos lados.

¿Qué ofrecen los demás? Será cuestión de averiguar.