sábado, 29 de octubre de 2011

Sangre, sudor y lágrimas

Durante la Segunda Guerra Mundial Inglaterra fue inmisericordemente bombardeada por la hasta entonces invencible fuerza aérea alemana. El objetivo de los nazis era minar la moral de los ingleses y destruir al gobierno del único país que detenía su avance en Europa Occidental. En medio de los edificios en llamas Winston Churchill, el primer ministro británico de entonces, soltó la famosa frase para describir lo que podían esperar los ingleses de su gobierno en el futuro cercano: “sólo les prometo sangre, sudor y lágrimas”.

Algo similar le ha ocurrido a la prensa peruana. Ella nos ha prometido regalarnos cantidades generosas de estos fluidos corporales a través de sus realities, de sus noticieros y de sus portadas en los quioscos; el caso de Ciro Castillo no ha sido sino el pico más elevado en el cumplimiento de esta promesa.

Este estado de las cosas, sin embargo, no se logró sólo a partir del esfuerzo de los medios; nosotros colaboramos aceptando una complicidad que se hizo tangible en el incremento de los tirajes y los ratings. Fuimos nosotros los que consumimos con gran entusiasmo cada espacio que nos detallara –en medio de los mensajes de los anunciantes– el infortunio de este hombre.

¿Qué fue primero? ¿Este tipo de noticias o nuestro deseo de verlas?

Con seguridad soy de aquellos que no comprenden cómo los medios y las personas se han involucrado en esta relación ‘simbiótica’ de morbo-información. Tampoco entiendo por qué los noticieros de una hora de duración pueden llegar a dedicar casi el 60% de su tiempo a la crónica del atropellado, del muerto en un asalto, o del famoso encontrado ebrio en la calle.

Me es igualmente incomprensible el motivo por el que los realities buscan hacer que algún famoso baile, o quede encerrado en una casa llena de cámaras esperando a que se desnude o suelte una palabrota contra otro famoso.

Aunque quizás la respuesta es muy sencilla: es lo que le gusta a la gente.

Realmente, ¿es eso lo que nos gusta?

Recuerdo a una persona que me decía que no le agradaba para nada “Trampolín a la Fama”, allá en los años 80; sin embargo, no se perdía ningún sábado en la noche la emisión del programa.

Me pregunto cuántos de nosotros hacemos lo mismo. Cuántos de nosotros criticamos pero seguimos consumiendo ese tipo de contenido.

Creo que debemos ser consistentes con lo que predicamos. Si no nos gusta –por considerarlo inapropiado– debemos dejar de consumir estos contenidos, a menos, claro, que nuestro discurso sea tan solo un montón de palabras para quedar bien con el círculo de amigos.

A diferencia de los años 80 –cuando había solo tres canales y unos pocos diarios– ahora tenemos una enorme cantidad de posibilidades de contenido. Ahora tengo la posibilidad de consumir sólo aquello que me interesa –y en verdad son tantas las cosas que me han dejado de interesar en la televisión y en los diarios locales.

Esta decisión, por ejemplo, me hizo desistir de ver la mayor parte de los programas de los fines de semana porque ya sabía que la noticia sería nuevamente Ciro.

Ciro fue una constante que me hizo ver que el amor de un padre puede mover montañas pero, lamentablemente, también fue una oportunidad para ver hasta donde se podía llegar con tal de vender más noticias.

Espero que ahora que ya fue enterrado Ciro descanse en paz, y que su familia retome su vida. Todos debemos hacerlo.