viernes, 9 de agosto de 2013

Scary Movie 5: Una alternativa a no ver nada

La primera vez que vi Scary Movie casi muero de la risa. Aunque se notaba que eran partes ensambladas de parodias de distintas películas de terror –aunque en esta entrega no todas son de ese género– se podía ver en ellas ‘algo’ de continuidad, un minúsculo hilo conductor que hacía un poco verosímil el título de película. Creo que ese atisbo de lógica casi se ha perdido en la quinta parte.

Debo confesar que no he visto todas las películas de las que se mofan en la entrega 5 pero algo similar me pasó con las anteriores; sin embargo, el resultado no es el mismo. Scary Movie 5 tiene un inicio alentador con dos ‘locos’ de Hollywood como lo son Charlie Sheen y Lindsay Lohan pero de ahí en adelante la película se centra en dos personajes y su familia y es ahí donde decae el interés.

No sé si será obra de la recurrencia de ver estas películas pero muchas de las bromas resultaron bastante predecibles. Quizás los momentos más altos de esta parte de la película fueron aquellos que se dieron en las secuencias con cámara rápida entre el padre de la familia y la señora latina que los ayuda con la casa.

Creo que una evidencia de que no es sólo mi percepción es que no oí las sonoras carcajadas que se dieron con la primera Scary Movie a pesar de que la sala del cine se encontraba llena de adolescentes de risa fácil. Simplemente, no fue lo mismo.

No sé si recomendarla, considero que sería una buena alternativa a quedarse fuera del cine sin hacer nada, pero nada más.


sábado, 6 de julio de 2013

Don Belisario: aceptablemente bueno

Luego de una fuerte campaña en el Facebook era difícil no conocer a Don Belisario, la cadena de pollos a la brasa que tiene como ícono a un pollo campechano. La verdad, al inicio sus posts me animaron a visitar alguno de sus locales pues las fotos de los platillos se veían bastante bien y la expectativa que generaba entre los futuros comensales iba en aumento. Pero luego, personas que conocía de manera personal o virtual comenzaron a postear los aspectos negativos de Don Belisario. Di marcha atrás en mis deseos de visitar la cadena.

Así transcurrieron algunas semanas; sin embargo, creí que lo más conveniente sería verificar por mí mismo si las percepciones que había leído eran certeras. Un conocido blogger, Renzo de El Vicio de Comer, había posteado un comentario negativo de su visita –el título de su post lo dice todo: “Yo le digo no a Don Belisario”– y un amigo, al que sí conozco en persona, me dijo que lo mejor que tenía el pollo de Don Belisario eran las papas. Estas opiniones iban a contrapelo de otras que podía encontrar en la página de Facebook de Don Belisario que sí eran positivas.

Tenía que ir.

sábado, 15 de junio de 2013

Viejo, mi querido (y habilidoso) viejo

Debo confesar que cuando me encontraba en el colegio era mi padre el que, en (varias) ocasiones, me ayudaba con el curso de “Formación Laboral”. Aquel curso –que no tenía relación alguna con su nombre– nos obligaba a desarrollar actividades tales como la construcción de un barquito de madera o el acabado de un cenicero de cerámica; actividades que, por supuesto, nunca más he tenido que repetir, menos aún dentro de mi campo laboral pues me gano la vida escribiendo en una computadora.

Pero, de todas maneras, tenía que aprobar ese curso, y mi padre me ayudó con ello.

No sé si alguno de mis sucesivos profesores del curso se habrá dado cuenta de que yo no tenía habilidad manual alguna. Mis torpes manos a duras penas podrían aprobar una de esas evaluaciones psicotécnicas en las que a uno le piden dibujar sobre una hoja de papel una persona, un ocaso o algún otro elemento para determinar nuestra lucidez. En realidad, creo que ni siquiera esos esbozos se encuentran hasta ahora dentro de lo que puedo lograr con mis capacidades.

lunes, 10 de junio de 2013

Los anticuchos de la felicidad

Ahora que la comida es un símbolo de peruanidad y que estamos dispuestos a invertir una parte de nuestras vidas en interminables filas con tal de saborear a los ‘consagrados’, recuerdo una época de mi vida en la que la comida era increíblemente deliciosa y monopólicamente mía; sin colas y sin esperas.

Ese paraíso gastronómico existía hace unos 30 años en la azotea de la casa de mi tía en Huánuco. Mi madre, mi tía, mis dos primas y yo nos reuníamos –durante mis vacaciones de colegio, en el verano– en ese escondido lugar para saborear durante horas una innumerable cantidad de anticuchos que habían sido elaborados ‘desde cero’ por mi madre y mi tía. La preparación de esos manjares tomaba todo un día –de hecho se tenía que comenzar el día anterior– pero el resultado fueron unas deliciosas tardes que han quedado en mi memoria como una marca de felicidad difícil de superar.

La casa era antigua, de quincha y adobe, aunque la mitad trasera era de cemento. En esa parte, sobre una pequeña cocina, se había acondicionado una pequeña azotea que servía para airear las ropas recién lavadas y ofrecer descanso a Perico, el simpático perro de mi tía.

La preparación de los anticuchos comenzaba con una visita al mercado central de Huánuco. Ahí se conseguían los corazones de res –dos, para dejar satisfechos a todos– y los palitos para ensartar los generosos trozos que comeríamos. También ahí se conseguían los demás ingredientes necesarios para la elaborar la salsa en la que se dejarían los trozos de corazón de un día para otro –marinar, creo que es el término– y que adquirieran ese inolvidable sabor.

sábado, 8 de junio de 2013

Mi incursión en la política

Recuerdo que hace muchos años un pariente mío decidió postular a la alcaldía de mi distrito; bueno, en realidad lo postularon fruto de su participación en una reunión partidaria en la que él era el único vecino del distrito en el que vivía.

– ¿Quién vive ahí?, preguntó, de acuerdo a otro pariente mío que participó en la misma reunión partidaria, uno de los organizadores del evento.

Mi pariente levantó inocentemente su mano.

– Tú serás el candidato entonces, organiza tu comité de campaña; le dijeron, de acuerdo siempre al mismo otro pariente.

Obviamente su “comité de campaña” era un eufemismo para referirse a los parientes y amigos que aceptaran ayudarlo en la empresa electoral. Uno de los cuales fui yo.

Mi participación fue básicamente anímica hasta bien entrada la campaña. De hecho, fue mi hermano, diestro en la confección de carteles, el que me iba poniendo al tanto de los avances de nuestro pariente.

Nuestro candidato era optimista. El alcalde de ese entonces era un acciopopulista que no había realizado una gestión que se podría considerar exitosa. El distrito no se encontraba en su mejor momento y eso abonaba a la posibilidad de ganarle en la contienda electoral.

viernes, 29 de marzo de 2013

Semana Santa

Cuando vi pasar la procesión frente a mi casa no me atreví a salir. Había mucha gente, era de noche y a los pocos años que tenía entonces sólo me quedó observar por la ventana. Cristo se veía agonizante, adolorido y los rostros de mis vecinos –de mis vecinas, especialmente– denotaban algo de tristeza. Creo que no entendía la devoción o al menos no sabía cómo encontrarla en esos rostros tristes.

No entendía tampoco porque habían matado a Jesús. Después de todo, no hizo nada malo, de acuerdo a todas las películas que había visto entonces. Jesús era el héroe que ofrendaba su vida por nosotros, pero yo no entendía porqué. Si hubiese muerto sacando del fuego a alguien, o hubiese cambiado su vida a cambio de que los romanos no mataran a los judíos lo hubiese entendido más fácilmente. Pero nadie me explicó.

Sólo cuando crecí y –hay que decir la verdad– me lo explicaron unos amigos evangélicos, comprendí el algo intrincado mecanismo que hacía que su muerte nos salvara. Entonces lo comprendí, y también entendí porqué no me habían explicado nada de chico: no lo hubiera entendido.

martes, 26 de marzo de 2013

La leva

Recuerdo que me encontraba en un autobús rumbo a Huacho por la carretera Panamericana para una reunión. Iba con unos amigos de la universidad cuando repentinamente sentimos que el bus se había detenido, luego de unos instantes unos soldados ingresaron al bus y mirando a los rostros me escogieron a mí y a otro chico. “Bajen”, nos dijeron.

El que daba las órdenes aparentemente era un sargento, o algo así, y sin esperar ninguna respuesta se bajó del bus esperando que lo siguiéramos. Cuando bajé me acerqué a uno de los soldados, el que más ‘cara de buena gente’ tenía y le pregunté qué podía hacer. “¿Tienes un documento o algo de que hayas hecho servicio?”, me preguntó. “Sí”, le dije, y volví a subir al bus para buscar en mi maleta mi libreta militar.

En Lima ‘algo’ me dijo que sería mejor llevarla ‘por si acaso’ y por ello la tenía conmigo cuando nos detuvieron. Bajé con mi libreta de la Marina en la que decía “Reserva Disponible” –había ingresado a la PUCP, así que por ello me exoneraron– y se la mostré al sargento.