lunes, 27 de octubre de 2008

Relaciones Peligrosas

Desde que leí la crítica en la revista de cine «godard!» supe que tenía que ver la película. «Relaciones Peligrosas» es una peli que me llamó la atención cuando la vi en la portada de la revista de cine pero, como dije, se transformó en un «pendiente» ineludible cuando leí el contenido del artículo. Claro, en ocasiones, los críticos le «revientan cohetes» a pelis que terminan no gustándome pero ésta me daba buena espina, quizás por los actores que componen el reparto y que estimaba no trabajarían en cualquier obra ininteligible, o quizás por el hecho de haber sido dirigida por Sidney Lumet, el mismo director de «Tarde de Perros» o «Serpico». Sea como fuese, tenía que verla.

A la primera oportunidad fui al cine. Desafortunadamente, fue un día en el que el Cineplanet ofrecía su propio «Día del Cine», con entrada a cinco soles y posibilidad de ir al día siguiente al mismo precio con la presentación de un cupón. Había colas en la venta de entradas, pero no me percaté de la oferta sino hasta que la propia cajera me lo informó luego de venderme el boleto, para mi sorpresa, al precio reabajado.

Ya dentro del cine hubo que hacer cola de nuevo. No sé por qué, pero a los administradores del Cineplanet de San Miguel se les ha ocurrido poner tan buena peli en la Sala 13, esa que queda en el tercer piso y que tiene la pantalla tan incómodamente alta que uno tiene que arrellanarse en la butaca como astronauta para poder ver bien. Esa peli merece que se le asigne una sala mejor, pero creo que esas estaban reservadas para «Viaje al Centro de la Tierra» o «La Isla de Nim».

Las pelis deben tener un inicio espectacular, lo cual significa –como se lo escuche decir a un director en el special features de un DVD– o que matas a alguien o que pones a un pareja haciendo el amor. En este caso optaron por lo segundo, y valió la pena. Philip Seymour Hoffman –que ganó el Oscar a mejor actor en 2005 por «Capote»– aparece en la cama con la hermosísima Marisa Tomei, de 44 años muy bien llevados, realizando una sesión de amor poco estilizada, muy casera; la combinación de un gordo poco estético y una bella mujer amándose en la cama te captura inmediatamente. Quiero ser actor, pensé en esos momentos.

Completan el reparto Albert Finney –seguro lo recuerdan de Big Fish– y Hethan Hawke que actuó en películas como Lord of War (buena peli con Nicolas Cage) y Before Sunset (continuación de la romántica Before Sunrise).

La historia es simple: dos hermanos en problemas económicos –luego vemos que esos no son sus únicos problemas– deciden realizar un robo para salir de ellos, pero todo sale mal. El robo, más bien, los coloca en una posición peor a la inicial, desentierra viejos resentimientos familiares, y genera odios insuperables. Lo que al inicio parece que va a ser una película policiaca se transforma en una tragedia familiar. 

El logro y la belleza de la cinta no se encuentran en la originalidad de la historia sino en el cómo se cuenta. Aquellos que han visto Mistic River recordarán que la trama de la peli también es simple, pero la manera en que Clint Eastwood la relata es lo que captura al espectador. Esa misma sensación fue la que experimenté en Before the Devil Knows You’re Dead (Antes de que el Diablo sepa que estás muerto) que es el título original de la película. 

No voy a contar más. Quiero que la vean y vayan con una sola cosa en mente: es una buena peli, al menos para mí. 

jueves, 2 de octubre de 2008

Adios al Metro Norte


No pense que iba a durar tanto, ni que su fin se iba a producir por un fallo judicial. Pensé que las personas no iban a entrar a comprar su víveres ahí, pudiendo hacerlo en sus mercados más económicos. Pensé que el Cono Norte –ahora Lima Norte– no se encontraba preparado para recibir a un supermercado, menos aún uno de dimensiones colosales. Pero me equivoqué.

El Metro de Panamericana Norte o Metro de Los Olivos prosperó cuando muchos de nosotros creíamos que quebraría al poco tiempo, víctima de una anemia financiera por falta de compradores. Era el primer establecimiento de la Lima moderna que se animaba a ingresar a un sector considerado de bajos ingresos y hasta marginal. Todas nuestras percepciones se equivocaron.

Hay que admitirlo, menospreciamos el desarrollo de esa Lima que no veíamos simplemente por el hecho de no vivir ahí. Los hermanos Wong nos mostraron que esos limeños –«de primera generación», como diría Chirinos Soto– también se encontraban hábidos de servicios de calidad, de locales grandes y arreglados, de variedad de ofertas en los productos que adquirían y que no sólo se encontraban urgidos de encontrar el precio más barato.

Ciertamente, los buscadores de precio barato son una población considerable de Lima Norte pero no es la única como más tarde nos terminó de convencer el Megaplaza. Frente al Metro poco a poco fueron apareciendo otros negocios, el primero de ellos fue un McDonald’s que también sorprendió por su éxito. Y luego más negocios aparecieron reunidos en torno a un minicentro comercial llamado Royal Plaza que esgrimía un Cineplanet y un patio de comidas como atractivo principal. Unos años despues y unas cuadras más allá nació el Megaplaza, obra sustentada en la investigación de Rolando Arellano que nos dice que hay otra Lima. El resto ya es historia conocida.

¿Alguna vez entraron a ese Metro? Probablemente, no. Era enorme, sólo ir de un extremo al otro hacía que te cansaras. La gran cantidad de público hacía también que la experiencia de compras fuera algo incómoda pero impresionante. Si deseabas algo de tranquilidad tenía una zona de comidas interna grande como todo lo que ahí se encontraba, y en el exterior los kioscos de bocaditos chinos, picarones, helados y demás aumentaban la oferta. Y todo rodeado de luces. De grandes luces que le daban vida a esa zona que antes era oscura.

Pase por ahí hace unos días. La oscuridad ha vuelto. Ya no hay taxis, compradores, espectáculos en el estacionamiento ni esa sensación de feria que el Metro le imprimía a la esquina de Yzaguirre con Panamericana, o simplemente «el Metro», lugar de reunión y referencia inequívoca del transporte público.

Lástima que algo que durante años creció hasta convertirse en un experimento exitoso haya encontrado su muerte en un escritorio.