jueves, 2 de octubre de 2008

Adios al Metro Norte


No pense que iba a durar tanto, ni que su fin se iba a producir por un fallo judicial. Pensé que las personas no iban a entrar a comprar su víveres ahí, pudiendo hacerlo en sus mercados más económicos. Pensé que el Cono Norte –ahora Lima Norte– no se encontraba preparado para recibir a un supermercado, menos aún uno de dimensiones colosales. Pero me equivoqué.

El Metro de Panamericana Norte o Metro de Los Olivos prosperó cuando muchos de nosotros creíamos que quebraría al poco tiempo, víctima de una anemia financiera por falta de compradores. Era el primer establecimiento de la Lima moderna que se animaba a ingresar a un sector considerado de bajos ingresos y hasta marginal. Todas nuestras percepciones se equivocaron.

Hay que admitirlo, menospreciamos el desarrollo de esa Lima que no veíamos simplemente por el hecho de no vivir ahí. Los hermanos Wong nos mostraron que esos limeños –«de primera generación», como diría Chirinos Soto– también se encontraban hábidos de servicios de calidad, de locales grandes y arreglados, de variedad de ofertas en los productos que adquirían y que no sólo se encontraban urgidos de encontrar el precio más barato.

Ciertamente, los buscadores de precio barato son una población considerable de Lima Norte pero no es la única como más tarde nos terminó de convencer el Megaplaza. Frente al Metro poco a poco fueron apareciendo otros negocios, el primero de ellos fue un McDonald’s que también sorprendió por su éxito. Y luego más negocios aparecieron reunidos en torno a un minicentro comercial llamado Royal Plaza que esgrimía un Cineplanet y un patio de comidas como atractivo principal. Unos años despues y unas cuadras más allá nació el Megaplaza, obra sustentada en la investigación de Rolando Arellano que nos dice que hay otra Lima. El resto ya es historia conocida.

¿Alguna vez entraron a ese Metro? Probablemente, no. Era enorme, sólo ir de un extremo al otro hacía que te cansaras. La gran cantidad de público hacía también que la experiencia de compras fuera algo incómoda pero impresionante. Si deseabas algo de tranquilidad tenía una zona de comidas interna grande como todo lo que ahí se encontraba, y en el exterior los kioscos de bocaditos chinos, picarones, helados y demás aumentaban la oferta. Y todo rodeado de luces. De grandes luces que le daban vida a esa zona que antes era oscura.

Pase por ahí hace unos días. La oscuridad ha vuelto. Ya no hay taxis, compradores, espectáculos en el estacionamiento ni esa sensación de feria que el Metro le imprimía a la esquina de Yzaguirre con Panamericana, o simplemente «el Metro», lugar de reunión y referencia inequívoca del transporte público.

Lástima que algo que durante años creció hasta convertirse en un experimento exitoso haya encontrado su muerte en un escritorio.