Debo confesar algo, si una encuestadora me hubiera preguntado hace 20 años si apoyaba el cierre del Congreso, habría dicho que sí.
Tenía 20 años y quería que las cosas se hicieran rápido. Dos cámaras legislativas (diputados y senadores) me parecían excesivas para la velocidad que se debería imprimir al cambio del país. Lo mejor era hacer las cosas ejecutivamente, sin tantas charlas y discursos rimbombantes.
En la universidad, la PUCP, había sido testigo también del descrédito que implicaba estar relacionado a un partido político. Recién ingresado asistí a unas elecciones estudiantiles en donde una de las peores acusaciones que podía recibir una agrupación era la de estar ligado a un partido político. La izquierda nunca se presentó en mi salón de clases, y el ARE (representante en las universidades del APRA) estaba conformada por tres felinos.
La desaparición de los partidos políticos me parecía entonces una justa consecuencia por el desastre que habían provocado en los años 80 (hiperinflación y crecimiento del terrorismo, principalmente). No merecían nada, ni siquiera que los defendiéramos cuando les cerraron la 'chamba' y los reprimían con varazos, golpes y chorros de agua.
Sin darme cuenta -o quizás sí, pero no me importaba- había dejado de creer en los partidos, en los políticos y en la forma en que se nos había presentado la democracia.
Me equivoqué.
Tarde unos meses en darme cuenta del error. Como alguien -que no recuerdo- dijo alguna vez "la democracia no es perfecta, pero es la forma menos mala de gobernar un país", o algo así.
Lo que vivimos entonces no fue la destrucción de los partidos sino de la democracia. Y lo que me había pasado fue que había caído en el camino fácil de creer que una autocracia nos podría resolver los problemas.
Ciertamente, se resolvieron algunos problemas (economía, terrorismo) pero se exacerbaron otros (corrupción, intolerancia) pero al costo de hacernos creer que la democracía es una forma inferior de vida. Cuando en realidad es todo lo contrario.
La democracia no es sencilla pues implica el respeto a la opinión del otro y la resolución de los problemas teniendo en cuenta estas diferencias. Lo más sencillo es pasar por sobre los otros para finiquitar un tema, para 'resolver' una cuestión, pero la experiencia nos ha mostrado que si hacemos las cosas 'al caballazo' luego tendremos que reparar los daños.
Lo mejor es trabajar en democracia, con respeto a la ley pero sobre todo a los demás, incluyendo su forma de pensar.
Ahora entiendo que esas personas que se enfrentaron a los policias y militares de entonces (lastimosamente, siguiendo órdenes equivocadas) no estaban defendiendo su 'chamba' sino una forma de sociedad mejor. Ciertamente, con muchas fallas que se deben resolver, pero mejor al fin y al cabo.
Lo que me queda claro de ese 5 de abril es que uno puede equivocarse pero es peor mantenerse en el error.