No quiero escribir de política. Al menos no por lo pronto. Quiero escribir sobre Cindy, aquella rubia cachetona que conocí hace décadas y cuyo recuerdo me transporta a mis años de inocente felicidad adolescente.
Tenía pinta de 'loca', y quizás lo era un poco. Pero igual me gustaba. Sus cabellos rubios teñidos de rojo y azul me maravillaban y sus ropas que parecían no guardar un orden o lógica me fascinaban. Pero ¿cómo le puede gustar a alguien como yo una 'loca' como Cindy? Quizás fue precisamente eso, lo diferente en ella, lo que me atrajo, junto con esos maravillosos ojos achinados.
Años después confieso que la tenía en el olvido. Era parte de mi agradable pasado que, de vez en cuando, viene a mí gracias a algún suceso extraordinario. Me arrepiento de haberla abandonado.
Pero, navegando, tonteando por ahí, la encontré de nuevo. Jóven como en aquellos años en que la conocí y con toda esa agradable personalidad que me hizo desear ser también un poco 'loco' como ella.
Al oir nuevamente su voz volví a esos años de apagones, de hiperinflación, pero también de Cindy. Verla junto al Capitán Albano, a Nikolai Volkoff y a otros personajes que acompañaron esos maravillosos años me hizo recordar que a pesar de que el país era un desastre podíamos escaparnos a lugares remotos, a buscar tesoros, a cantar como estrellas de rock, y a sentir que estabas en el mejor lugar del mundo cuando te sentabas en una butaca de cine, frente a la tele o al lado de la radio.
La oí cantar y volví a sentirme como un adolescente tonto, soñando con lo inalcanzable.
Pero los años pasan.
Ahora Cindy es una "tía regia", y sigue cantando con esa preciosa voz que hipnotiza. La encontré nuevamente en Argentina, gracias a YouTube, y al verla me convencí que las chicas bonitas, con el tiempo, se convierten en mujeres bellas.
Y sigue siendo maravillosa.