Sentí muy diferentes las pasadas Fiestas Patrias. Desde que tengo uso de razón recuerdo esperarlas con ansias porque eran el momento de dejar de hacer cosas. De chico dejaba de ir al colegio, de jóven dejaba las clases de la universidad, y luego, ya mayor, dejaba de ir al trabajo.
Sin embargo, las Fiestas de este año me dejaron con una extraña sensación pues ya no pude "dejar de hacer algo". El ser un teletrabajador me ha librado de ir a una oficina pero también me ha privado de la agradable sensación de "dejar de ir" a ella. Salvo las ocasiones en que tengo que salir a entrevistar a alguien me paso el día entero en mi casa escribiendo en la computadora, haciendo llamadas, o simplemente buscando información en Internet.
No tengo un punto con el cual separar mi vida particular de mis actividades laborales. Antes el llegar a la oficina me decía que era momento de trabajar, ahora no cuento con esa separación tan evidente. Del mismo modo, al final del día, no tengo algo que me diga que ya terminó el horario de trabajo. He perdido esos límites para bien, y para mal.
Pensé que el trabajar desde casa me iba a afectar de otras formas. Leí sobre el tema y las advertencias con respecto a la disciplina de los tiempos de trabajo, la soledad y la falta de la infraestructura eran los más recurrentes entre los "peligros" de ser un teletrabajador. Nada, o muy poco, se ha escrito sobre la sensación que experimento ahora.
Ya no puedo "dejar de ir a la oficina". Quizás en esta nueva etapa en mi vida esa sea una de las cosas que voy a extrañar y realmente no me lo esperaba.