El trabajo periodístico te puede traer muchas alegrías y penas, y algunas situaciones que se encuentran en medio de ellas. Las situaciones de este tipo no son pocas en nuestra actividad y creo que bien vale la pena recordar algunas. A continuación un caso que me hizo cuestionarme si una pregunta que hice fue muy aburrida.
Una siesta.
Bueno, era una tarde luego del almuerzo. Creo que eran las 3 pm, un momento complicado para dar una entrevista ya que las personas se encuentran amodorradas por la comida. Además creo recordar que ese era un día de primavera u otoño, pues la tarde era tibia y perfecta como para completar un escenario somnífero.
Había acordado, hace un tiempo cuando trabajaba en la revista, una reunión con un gerente de una conocida empresa. Llegué puntual y subí a las oficina de mi entrevistado -cuya identidad obviamente no voy a mencionar- para realizar una entrevista sobre un tema que ya no recuerdo. La secretaria me recibió amablemente y me hizo pasar a la amplia oficina del gerente. Era elegante y contaba con unos sillones de cuero en los que uno se podía arrellanar cómodamente.
Luego del ritual del intercambio de tarjetas y de explicarle la entrevista comenzamos con las preguntas. El gerente, algo mayor, contestaba con seguridad, aunque me preocupaba un poco su apatía. Creo que estaba cansado. Su falta de energía no la relacionaba con un desgano por la entrevista sino con un auténtico estado de amodorramiento debido al cansancio, al almuerzo, a la hora, y a lo cómodo de los sillones.
Mi tercera pregunta fue al punto de la entrevista. Él se acomodó y comenzó a responderme. Pero poco a poco sentí que su voz se apagaba, que sus ojos se cerraban y que se acomodaba mejor en su sillón.
A mitad de su respuesta, y mientras él estaba hablando, dejó de moverse y de hablar. Su cabeza cayó lentamente hacia adelante y me di cuenta que mi entrevistado se había quedado dormido a la mitad de su respuesta.
No sabía qué hacer.
¿Lo despertaba? ¿Llamaba a la secretaria para que lo despertara? "Señor XXX"... lo llamé, pero nada. "Señor XXX". Nada.
Cuando ya me estaba levantando para ver cómo despertarlo volvió a abrir los ojos. "¿En qué me quedé?", me preguntó. "Me estaba diciendo que...". "Ah, si. Como le decía...", y continuó con su respuesta como si nada hubiera ocurrido. Yo tampoco le mencioné nada.
La entrevista concluyó y no dijo nada de la siestita. Tampoco quise tocar el tema.
Salí de a oficina, le di las gracias a la secretaria, bajé a la calle y me fui preguntándome si esto me volvería a pasar algún día, o si debía evitar las entrevistas a las 3 de la tarde. Gracias a Dios, no me ha vuelto a pasar.
Bueno, por lo menos no de esa forma.